2 junio 2025

La sorprendente transformación de Julius Randle en los playoffs

Los playoffs de la NBA suelen sacar a relucir la verdadera esencia de los jugadores, pero esta postemporada ha mostrado a Julius Randle bajo una luz completamente nueva. Es como si todas las expectativas y suposiciones sobre uno de los jugadores más talentosos pero inconsistentes de la liga finalmente se hubieran hecho realidad. Las dudas que lo habían seguido durante más de una década —la falta de compromiso defensivo, la toma de decisiones cuestionable— desaparecieron sin dejar rastro. A sus 30 años, Randle parece haberlo entendido todo: cómo tomar decisiones con calma, cómo enfocarse, cuál es su rol en la cancha.

Esta versión de Randle es una estrella sin peros. Bueno, con algunos. A veces todavía pierde un poco el control del balón y en alguna jugada se le puede escapar un codazo a un rival. Pero eso es un precio que los Minnesota Timberwolves están dispuestos a pagar por tener a un ala-pívot tan dominante y lúcido en su juego. No muchos jugadores han logrado imponer su físico sobre Draymond Green, pero Randle lo ha hecho una y otra vez, como si fuera fácil. Si te preparas para el golpe, él se escabulle; si no, te lanza contra la estructura del aro. Es como una topadora que se mueve con la agilidad de un auto deportivo. Su único punto débil, antes de estos playoffs, era él mismo.

Durante años, Randle ha acumulado estadísticas destacadas, situándolo en la misma conversación que aleros creativos como LeBron James y Giannis Antetokounmpo. Sin embargo, sus actuaciones no soportaban un análisis profundo. Se adueñaba de posesiones sin un plan claro y lanzaba tiros lejanos que no debía intentar. Su capacidad de generar juego era caótica, y su efectividad como anotador no bastaba para liderar una ofensiva. La presión defensiva constante anulaba incluso los aspectos más sólidos de su juego. En sus dos participaciones anteriores en playoffs —limitadas por lesiones, hay que aclarar— promedió 17 puntos con un 34% de aciertos en tiros de campo, y cometió más pérdidas que asistencias. Hoy, en cambio, promedia 24 puntos por partido, con un 51% de efectividad y seis asistencias por encuentro, igualando el máximo del equipo. Eso no es evolución: es otro jugador por completo.

Hay varias razones que podrían explicar este giro inesperado en su carrera: un rol que encaja mejor en los Timberwolves, el hecho de que sea un año de contrato, o la dirección técnica precisa de Chris Finch. Sin embargo, la verdadera explicación de su dominio es más simple: Julius Randle siempre tuvo el talento para hacerlo. Nunca le faltó capacidad. Siempre tuvo el físico para dominar su emparejamiento y castigar en la pintura. Siempre pudo ser un defensor de impacto, si se lo proponía. El mayor obstáculo para Randle siempre fue él mismo. Hasta ahora.

El jugador con el número 30 en el uniforme azul de Minnesota está más enfocado que nunca, más consciente de los objetivos ofensivos del equipo, más inteligente al decidir cuándo tomar la iniciativa y cuándo es mejor ceder el balón a Anthony Edwards. En estos playoffs, Randle ha superado cualquier expectativa que los Timberwolves pudieran tener, incluso después de haber intercambiado a Karl-Anthony Towns por él en octubre. Su nivel actual no solo lo ha reivindicado: ha cambiado por completo la narrativa de su carrera.